martes, 16 de junio de 2015

Capítulo 8

Lino Marcken entró a la oficina de su padre, ese niño de tan solo 9 años sabía cosas que podrían haber derrocado gobiernos y tenía la conciencia de tales conocimientos. Por supuesto se manejaba en círculos muy pequeños y no conocía a más de 10 personas contando a sus padres. Pocas eran las veces que hablaba con alguno de ellos y si lo hacía era seguramente por un deseo (orden) de este.
Lino se pasaba los días recopilando información. En su misma cama tenía unas especies de gafas que llevaba todo el tiempo puestas, lo despertaban, lo hacían desayunar (comida real), le planteaban el día generalmente mejor de lo que era y luego le enseñaban. Horas pasaban de enseñanza de todo tipo, videos, cuadros conceptuales, explicaciones auditivas (aunque estas eran una cantidad mucho menor). La mayoría eran simplemente imágenes, una tras otra, que él asimilaba como si fuese alimento para sus células, naturalmente.
Este muchacho llevaba esta vida desde su primer año de existencia, y estaba tan acostumbrado que le disgustaba salir a aquella realidad fija, estable e imperfecta que lo rodeaba cuando se quitaba las gafas. Su misma cama estimulaba sus músculos para que no sufriera lesiones y continuara desarrollándose normalmente, además era tratado contra cualquier enfermedad que pudiera tener por el mismo sistema. Había una ocasión por día obligatoriamente en la que él tenía que dejar la máquina y moverse hasta el comedor. La cena era un momento en el que la familia (compuesta por esos tres individuos) se reunía noblemente alrededor de la mesa y compartían la incomodidad de estar al lado de personas que ni siquiera conocían. Lo máximo que llegaban a compartir era algunas palabras sobre el gusto que tenía la comida del día y en cada ocasión pasaría lo mismo, la madre sugeriría el aumentar el sueldo a sus empleadas, Crecio diría que era una locura. Ese sería el final de las negociaciones por esa noche, y tal vez por toda la semana.
Esa tarde mientras estaba viendo un video sobre estrategias de mercado el equipo se apagó y vio la habitacion semi-iluminada por la luz de la ventana que entraba. Una voz habló a la puerta. -Su padre lo llama a su oficina.- Nada más que eso y la puerta quedó entreabierta dejando entrar incluso más luz. Se cambió (todavía estaba semidesnudo en la cama), y no tardó más de media hora en llegar hasta la oficina de su padre en MeISA (que en otro tiempo sería suya). No necesitó llamar a la puerta y pasó directamente para ver a su padre haciendo números en el aire con una varilla de metal..

-Hijo- casi gritó el jefe de aquella compañía - que bueno que hayas venido hoy, hoy vas a recibir una clase mucho más real que la que te da esa máquina, hoy quiero que veas una clase en vivo de comportamiento humano, y no la vas a ver en un libro - apretó un botón en un control remoto y una pantalla se iluminó con la imagen de un hombre de aproximadamente unos veinte años atendiendo y ayudando a una muchacha muy bonita. La mujer en cuestión tenía el pelo por los hombros y castaño. No se veía el color de sus ojos ya que los tenía cerrados, pero uno podía adivinar que se trataba de unos ojos color café y una sonrisa que encantaría hasta a su propio desencarnado padre. Él, con solo nueve años se sintió impactado, sintió que quería estar en sus brazos, quería sentir su cariño, quería ayudarla y abrazarla sin siquiera haberla escuchado hablar. Envidiaba a aquel hombre que estaba a su lado y que podía manifestar en cualquier momento todo lo que él había sentido. Y no quiso volver a su cama, y no quiso volver a las gafas. Tomó una silla y se sentó. Lo que quisiera mostrarle su padre sobre aquella mujer él lo vería.

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